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Quisiera, con mis palabras, ametrallar las conciencias adormecidas. Quisiera, con mis palabras, despertar esa imaginación narcotizada por la...

domingo, 26 de marzo de 2017

Cuentame un cuento, mamá





-Cuéntame un cuento, mamá. Uno de esos que que el abuelo te contaba a ti cuando eras pequeña.
-Vale mi vida. –Le tapó con la manta y tras encender la lámpara de la mesita, apagó la luz del techo. -¿Cuál quieres que te cuente?

-El de la estatua de sal.

-Está bien.

Dafne arrimó una silla junto a la cama de la pequeña Daniela y comenzó a acariciarle la carita. La pequeña cerró sus pequeños ojitos azules y se dejó guiar por un maravilloso mundo de cuento y fantasía a través de la voz de su madre.





La estatua de sal

En un lugar muy, muy lejano, tanto que nadie logró viajar hasta allí. Hace mucho, mucho tiempo, vivían dos reyes bondadosos que tras años de oraciones, por fin fueron bendecidos con el nacimiento de una hija. Le pusieron por nombre Abril, como el mes en que nació.

Todo el reino celebró con júbilo el nacimiento de la princesita Abril. Todo el mundo menos una persona, su tía Úrsula, la hermana de su padre. Esta ambicionaba el trono para su hijo, un chiquillo bueno y simpático, pero que había sido maldito con una inteligencia similar a la de un mosquito.

El día del bautizo de la princesa, todos los reyes, reinas, príncipes y princesas de reinos cercanos, acudieron al evento cargados de regalos para la pequeña. Fue una fiesta preciosa donde los bufones, los saltimbanquis, músicos y actores hicieron las delicias de todos los súbditos, ya que estos también habían sido invitados. Todos reían, comían y brindaban. Todos menos una persona, su tía Úrsula. Está golpeo el cristal de su copa con una cucharilla y todos los presentes hicieron silencio para escucharla.

-Querido hermano, mi rey. Os felicito a ti y a tu esposa por el nacimiento de vuestra hija. Espero que tenga una vida plagada de buenas venturas. Unas bienaventuranzas que podrá disfrutar bajo el gobierno de mi hijo cuando ocupe tu corona. –Los murmullos corrieron por toda la sala, unos la tachaban de loca, otros comprendieron que sus palabras, aunque crueles, estaban cargadas de una terrible verdad. –A no ser claro, que tengáis un hijo varón al que nombrar vuestro heredero.

-Úrsula, adorada hermana. Ya me imaginaba que tales deseos saldrían por tu boca. Sé que le deseas una vida plena a mi hija, -Ella asistió con la cabeza con una mueca de ironía en su boca. –así como seguro sabes que le deseo yo a tu hijo, joven de maravillosa mente como todo el mundo sabe, -Alguna risas comenzaron a sonar y Úrsula miró a todo el mundo con desprecio. –bajo el gobierno de mi hija Abril cuando sea nombrada reina de todo cuanto alcanza tu vista a ver e incluso más allá del horizonte.

-¡¡¡ESO ES IMPOSIBLE!!! –Gritó esta. –Nuestras leyes son claras al respecto. Solo un varón puede ser nombrado sucesor al trono. En caso de que el rey no tuviera un hijo varón, la corona le correspondería al siguiente varón en la línea de sucesión, en este caso, mí hijo Rodolfo.

-Bueno, todos los aquí presentes saben que las palabras avariciosas de mi hermana son ciertas como que Dios nos contempla desde el más alto trono, o que el sol nos calienta hoy, nos calentó ayer, y nos calentara mañana. Pero….

-Hay un pero. –Comentó  el humilde encargado de las caballerizas.

-Ya sabía que el rey no dejaría que esa arpía se saliera con la suya. –Respondió la mujer de este mientras mecía a su hijo dormido entre sus brazos.

-¿Pero qué puede hacer? –Se preguntó el panadero

-No lo sé. –Le respondió el herrero.

-Amigos míos, un momento de silencio. –Los presentes callaron al instante. –No quería dar esta sorpresa hasta el final, pero a la vista de los acontecimientos. –Cogió a su hija en brazos mientras en su mano derecha sostenía un pergamino enrollado. –Abril, hija mía. Ya mientras estabas en el vientre de tu madre comencé a prepararte este regalo aún sin saber si serias niño o niña. Te entrego el título de princesa del reino de Asturica en base a esta nueva ley aprobada por unanimidad en la corte de nobles, en la cual queda dicho que desde el día de hoy, heredará la corona real el primer hijo de los reyes, sea cual sea el sexo de este.

Todos los presentes rompieron a aplaudir con todas sus fuerzas. Todos menos una persona, su tía Úrsula, la cual continuaba de pie, mirando con odio a aquel inocente bebe. Airada tomo de nuevo la palabra mientras señalaba a su hermano con su huesudo dedo.

-Vosotros seáis malditos. Juro que cuando tu fin este cerca, tu hija se convertirá en una estatua de sal para adornar la sala del trono donde reinara mi hijo. Os maldigo sin más descendencia y a morir bajo el gobierno de mi pequeño Rodolfo viendo a vuestra hija convertida en estatua de sal.

Tras esto desapareció tras una columna de humo negro que hizo toser a los que la rodeaban. Un humo del mismo color que el ánimo de todos al escuchar aquella maldición.



Pero los años pasaron y ya nadie se acordaba de la promesa de Úrsula. Esta no volvió a aparecer nunca más por el reino y todos les daban por muertos a ella y a su hijo.

 La princesa Abril creció feliz. Se convirtió en una preciosa joven de coletas rubias y ojos azules, como el cielo nada mas despuntar el alba. Pasaba los días jugando con el hijo del encargado de las caballerizas. Primero juegos inocentes, después ardientes. El joven estaba enamorado de ella, pero él sabía que nada podía hacer ya que la princesa Abril siempre le decía que algún día aparecería por allí su príncipe azul, montado sobre un albo corcel para pedir su mano. Un príncipe que espada en mano acabaría con los enemigos del reino y los vándalos y que tras convertirse en su esposo, reinaría junto a ella trayendo a su pueblo la mejor época de paz y prosperidad que se haya recordado nunca.

-¿Y qué haré yo entonces? ¿Cuál será mi lugar?

-Tú, Alberto, siempre serás mi mejor amigo y tendrás un lugar muy importante en mi vida y en mi corazón.

Siempre la misma repuesta, el mismo jarrón de agua fría mientras la bella muchacha bailaba con su invisible príncipe azul la música que ella misma se tarareaba.

Pero los años pasaban y su príncipe azul no aparecía. Su feliz vida era perfecta, pero como todo en la vida, no dura para siempre. La mañana de su vigésimo cumpleaños, su madre la despertó angustiada.

-Abril, tu padre…

-¿Qué le pasa madre? ¿Qué le ocurre?

-Tu padre, ¡se muere!

Se levantó llorando, y fue corriendo a los aposentos de su padre. Se recostó a su lado con cuidado y comenzó a besarle por toda la cara.

-Abril… -Su voz era como un susurro. –No te preocupes, el médico me ha dicho que aún me quedan unos meses. Que unas veces estaré bien y otras me encontraré peor, pero que aún te queda rey para rato.

-Padre…

-No obstante. –Su voz se quebró y comenzó a toser con violencia. –Para esta misma tarde tengo preparada una fiesta a la que acudirán todos los príncipes y nobles de los reinos cercanos para que elijas con quien quieres casarte.

-Pero padre, yo solo quiero casarme por amor.

-Estoy seguro que entre todos aquellos jóvenes encontraras al amor de tu vida. Al amor verdadero. Una vez lo elijas os casareis y yo abdicaré a tu favor. Serás nombrada reina y estoy seguro que lo harás bien pese a tu juventud. –Otra vez volvió a toser. –Serás la primera y mejor reina que jamás existirá, lo sé.

El baile fue majestuoso, muy alegre para todos, para todos menos para una persona. La princesa Abril aceptó el deseo de su padre, pero deseaba casarse con el hombre que lograse enamorarla. Y según lo que había visto hasta entonces ninguno de aquellos era ese príncipe azul montado sobre un albo corcel. Un príncipe que espada en mano acabaría con los enemigos del reino y los vándalos y que tras convertirse en su esposo, reinaría junto a ella trayendo a su pueblo la mejor época de paz y prosperidad que se haya recordado nunca. Pero lo que aún le entristecía aún mas era su padre. El pobre anciano estaba sentado, marchito, sobre un trono que le parecía diez veces más grande de lo que lo había visto hasta entonces.

A través de los ventanales vio a Alberto dando de comer a los caballos. Era una lástima que su sangre no fuese azul. Ella estaba segura que él desconocía que ese príncipe azul de sus sueños tenía su rostro.

-El Conde de Bandarralia –Anunció el chambelán. –y su madre doña Elvira.

Otro pretendiente más, que pereza. Este era el más apuesto de todos los que le habían presentado hasta entonces, pero no era ese hombre soñado. Su sonrisa era esplendida y su mirada un poco distante, como si para él tampoco fuese plato de buen gusto estos matrimonios de semiconveniencia. La princesa le devolvió la sonrisa y se levantó para aceptar el baile que este le propuso. El rey les miraba complacidos, pensaba que por fin su hija se había decidido. Ese debía ser el futuro rey de sus tierras, estaba seguro. Ambos bailaban con gracia, con soltura como si nadasen entre las notas musicales. Los presentes les rodearon para hacerles espacio mientras bailaban. Algunos cuchicheaban, otros ponían en tela de juicio la elección y unos pocos parecían encantados, entre estos últimos los reyes y la madre del Conde de Bandarralia.

Cuando la música cesó, la princesa volvió a sentarse a la vera de su padre.

-¿Hija mía ya te has decidido? ¿Has elegido un marido?

-No padre.

La sala se tornó en un océano de murmullos.

-Silencio por favor. –Trató de gritar el rey, pero su voz a duras penas logró salir de su garganta. -¡Abril! ¿No es de tu agrado ninguno de tus pretendientes?

-Querido padre, mi rey. Madre. –Se puso en pie para que todo el mundo la escuchara. –Damas y caballeros aquí reunidos. Cierto es que uno de los pretendientes ha sido de mi agrado, es apuesto, buen mozo, sabe bailar y sus ojos me trasmiten algo que me ha calado. –Todas las miradas se dirigieron al Conde. –Pero no puedo casarme con un hombre al que no amo. ¡Lo lamento!

Volvió a sentarse y dejó que los presentes charlasen entre ellos y asimilasen sus palabras. Pero sin embargo una persona alzó la voz por encima de los demás y le dedico unas palabras.

-Princesa Abril, mi querida niña. –La madre del Conde avanzó hacia ella sosteniendo entre sus manos un ramo de flores. –Son sabias tus palabras a pesar de tu juventud. Respeto tu decisión y estoy convencida que con el paso del tiempo mi hijo, el conde de Bandarralia, sabrá cautivar tu corazón. Por tanto espero que aceptes este presente. –Le entregó el ramo a su hijo y le hizo una señal para que se lo ofreciera a la princesa. –Que aceptes estas flores, puras y bellas como el amor que sé, surgirá entre vosotros dos.

El apuesto joven colocó el ramo sobre el regazo de la princesita y esta las cogió y se las llevó a la nariz para admirar su aroma.

-Muchas graci…. –Notó su cabeza como si girase, primero más lentamente para seguir cada vez más rápido. -…as.

-¿Hija mía que te pasa?

La muchacha se puso en pie, sus ojos azules, como el cielo nada mas despuntar el alba, se cerraron, su cabello de coletitas rubias se torno grisáceo. Todo su cuerpo fue endureciéndose, entumeciéndose, dejando escapar la vida que albergaba, hasta que la princesa Abril acabó convertida en una estatua de sal. Su gesto era de dolor, su boca abierta y sus manos estiradas con las manos abiertas como si tratasen de atrapar algo en el aire.

-Las flores están envenenadas. –Exclamó el príncipe del reino vecino. –Tratan de matar a la princesa.

En el centro del salón se elevó una columna de humo negro donde estaban el Conde y su madre. Cuando esta se disipó, en su lugar aparecieron Úrsula y su hijo.

-¡Guardias! Apresadla. –Ordenó el rey.

-Ya os dije mi rey que esto ocurriría. Ahora vuestro trono le pertenece a mi hijo.

Tras decir estas palabras, ambos desaparecieron. La guardia real salió en su búsqueda y unos pocos soldados invitaron a los presentes a abandonar el castillo.

El rey, incrédulo ante lo ocurrido, miraba a su hija. La reina lloraba incapaz de mover un solo musculo.



Pasaron varios meses, la salud del rey era cada vez más delicada. La reina parecía cada día más anciana y la princesa continuaba convertida en estatua de sal. Habían prohibido que nadie la tocase, no fuese que la sal se dependiese y acabase formando un montículo en el suelo. El reino se volvió triste, el sol parecía haberse marchito junto a los cabellos de Abril y la felicidad haberse cerrado al tiempo que lo hicieron los ojos de la princesita. Cada día, el hijo del encargado de las caballerizas se acercaba a visitarla y se sentaba en el suelo, frente a ella. Pasaba largas horas hablándole como si Abril pudiese escucharle. Le contaba como había sido su día y llorando le preguntaba qué podía hacer para ayudarla. Pero nunca obtuvo respuesta.

Una mañana gris, como todas últimas que recordaban los habitantes de aquel reino, el rey notó que aquel era su fin. Pero no cesaba en la ilusión de poder volver a ver a su hija y despedirse de ella.

-Úrsulaaa, Úrsulaaa –Gimoteaba. –Has ganado.

Su altiva hermana apareció ante él. La reina trató de sujetar a su marido para que no cayese, pero fue en vano.

-Hola mi rey. ¿Me has llamado?

La guardia real hizo ademan de abalanzarse contra ella, pero se quedaron quietos al ver el gesto de su rey negando, mientras luchaba por ponerse de nuevo en pie.

-Has ganado. Mi reino hoy será de tu hijo. Pero por favor, antes devuélvele la vida a mi hija.

-Te has vuelto loco. Si hago eso ella reclamará su trono y mi hijo volverá a quedarse sin nada.

-Te prometo… te prometo que si lo haces abdicaré a favor de Rodolfo.

-Acepto, pero antes has de ponerte de rodillas ante tu nuevo rey. –Rodolfo apareció con su misma mirada perdida al lado de su madre. -Todos los que aquí estáis debéis postraros ante Rodolfo I, rey de Astúrica.

Todos obedecieron, todos menos una persona. Aquel joven que había pasado inadvertido para todos. Aquel joven que miraba aquella grisácea estatua de sal viendo en ella a aquella preciosa joven de coletas rubias y ojos azules, como el cielo nada mas despuntar el alba. Este se levantó, con paso firme se dirigió hasta los reyes y les dijo que no debían hacerlo.

-Tú, insolente. Arrodíllate ante mi hijo, tu rey.

-¡Jamás! –Se giró hacia Úrsula. –Este reino le pertenece a Abril. Debes devolverla a la vida y desaparecer para siempre.

Úrsula rio con ganas. Tanto, que no vio como aquel humilde hijo del encargado de las caballerizas, desenvaino la espada del rey y se abalanzó hacia ella.

Una mueca de dolor se dibujó en su rostro cuando el filo la atravesó de parte a parte, y cayó muerta.

-¡NOOOOOOOO! –Gritaron los reyes al ver que la única oportunidad de volver a ver con vida a su hija se esfumaba. -¿Qué has hecho desgraciado?

Alberto dejó caer la espada y se abrazó a la estatua. La cubrió de besos esperando que volviese a la vida como en los cuentos que su padre le contaba de pequeño. Pero nada ocurrió. La guardia real dudaba si detenerlo o no, los reyes no dieron ninguna orden al respecto y permanecían de rodillas, llorando desconsoladamente.

-Lo siento Abril. –Volvió a besarla mientras una primera lágrima descendía por su mejilla para caer sobre el hombro de la princesa. –Lo siento mucho.

Se apartó, y con el ánimo por los pies se encaminó a la salida. Pero nunca llegó a alcanzarla. Una luz, similar a la del sol, lo baño todo. Cuando esta se apagó, allí se encontraba de nuevo la princesa Abril, la muchacha de coletas rubias y ojos azules, como el cielo nada mas despuntar el alba.



Pasaron los meses y el rey murió, pero no sin antes hacer una ley por la cual la princesa podría casarse con quien ella quisiera. Y no sin antes, asistir a la boda entre Abril y Alberto, los nuevos reyes de Astúrica.

-Alberto, tu eres y has sido siempre mi príncipe azul. Tu eres ese con el que yo soñaba que algún día vendría sobre su albo corcel para pedir mi mano y que, espada en mano acabarías con los enemigos del reino y los vándalos y que tras convertirte en mi esposo, reinarías junto a mí, trayendo a nuestro pueblo la mejor época de paz y prosperidad que se haya recordado nunca.

Vivieron por siempre felices y comieron perdices. Y colorín, colorado, este cuento, se ha acabado.





Daniela dormía plácidamente bajo el susurro de la voz de su madre y sus caricias.

-Duerme mi vida, duerme mi niña de coletitas rubias y ojos azules, como el cielo nada mas despuntar el alba, y sueña con ese día en que llegará tu príncipe azul para comer perdices contigo en ese reino muy, muy lejano, en el que ocurrió esta historia hace mucho, mucho tiempo.



A la noche siguiente, a la hora de irse a dormir, la niña volvió a decir, como cada noche, aquellas palabras mágicas.

-Cuéntame un cuento mama. Uno de esos que el abuelo te contaba a ti cuando eras pequeña.

-Vale mi vida. –Le tapó con la manta y tras encender la lámpara de la mesita, apagó la luz del techo. -¿Cuál quieres que te cuente?

-El de la estatua de sal.

-Está bien.

Dafne arrimó una silla junto a la cama de la pequeña Daniela y comenzó a acariciarle la carita. La pequeña cerró sus pequeños ojitos azules y se dejó guiar por un maravilloso mundo de cuento y fantasía a través de la voz de su madre.





La estatua de sal

En un lugar muy, muy lejano, tanto que nadie logró viajar hasta allí. Hace mucho, mucho tiempo…


miércoles, 8 de marzo de 2017

Sexo y drogas en mi ciudad

La ciudad parece hoy más oscura
y los caminantes caminan después
de ponerse hasta el culo,
de poner su mundo del revés.

No me enseñes tu titulo.
No juzgues tu, mi profesión.
No seas capullo,
a mí también me da asco la prostitución.

Poder hacer de Troya una realidad.
Mi sueño, mi deseo, quemarla de nuevo.
Quemar los miedos, las drogas, tu pasividad.

¡Quemar el asco que siento en mi cama!
A un tío que no conozco me vendo.
Vendo mi cuerpo, mis sueños y mi alma.

Igual que se arruga el chico con sus drogas…
me empiezo yo, de nuevo, a arrugar.
Lloran los hombres y las familias, ríe el sistema…
llora, de nuevo, la ciudad.

Por favor, no cierren sus ojos ante el mundo
de las drogas y la prostitución,
del que es ya nuestro credo.

Estamos artos de su incomprensión.
Hoy quiero quemar este mundo
sin orden, sin concierto, sin razón.


Hoy, el mundo entero llora.
Hoy, el mundo entero arde,
como arde el corazón.

jueves, 2 de marzo de 2017

Leer para vivir o vivir para leer

El hombre comienza a morir desde el mismo instante de su nacimiento.
Es por ello que es una necesidad, una obligación, disfrutar de la vida cuanto podamos y, si nos es posible, ayudar a los demás a disfrutar de las suyas.

Una de las herramientas para poder disfrutarla, poder vivir infinitas vidas en una, realizar miles de viajes y conocer a la mayor cantidad de personas posible, es la lectura.
Relájate, siéntate un rato con una novela entre las manos y descubrirás un mundo fascinante que te cautivará para siempre.

miércoles, 1 de marzo de 2017

'Un cuento para Valeria'

Un cuento para Valeria es la historia de la lucha de una niña que, apenas acaba de empezar a vivir, se tuvo que enfrentar con una terrible enfermedad, la leucemia.
Con este cuento, el autor, los padres de Valeria y otros colaboradores, queremos concienciar de la necesidad de hacerse donante de médula, dar a conocer la historia de Valeria y de todos aquellos que sufren o han sufrido esta enfermedad, colaborar en el fomento del hábito de la lectura y, ya de paso, ayudar a la Fundación Cris contra el cáncer, para que puedan seguir investigando contra esta enfermedad.
Los beneficios de la venta del cuento irán íntegramente para dicha fundación.
Si quieres hacerte con un ejemplar de UN CUENTO PARA VALERIA, tan solo acércate y pídelo en tu librería o pídelo a pedidos@edicionescamelot.com y  lo recibirás en tu domicilio sin gastos de envío.

Remordimientos


En el mundo real los superhéroes no visten licras que marquen todos sus músculos, ni visten capas ni tienen superpoderes. En el mundo real los superhéroes son personas como tu y como yo, personas que quizás alguna vez soñaron con la fama y el reconocimiento por sus acciones, pero que al final, cuando esta les llega descubren que no es todo tan maravilloso como en los comics o las películas. Son personas que no disponen de un alter ego que les permita pasar desapercibidos por el mundo, que tienen que pagar hipotecas como los demás, que no poseen guaridas supersecretas y que enferman y tienen los mismos problemas y las mismas debilidades que los demás.

Esta es la historia de uno de esos héroes, uno sin capa, cuyo traje es de color verde y cuyos poderes no residen en su fuerza o en nada paranormal, sino en el valor de hacer lo que hay que hacer en cada momento, aunque luego sus actos heroicos le persigan y le atormenten el resto de su vida. Un héroe cuyo anonimato no le viene por una doble identidad secreta, sino por que la sociedad al mes siguiente ya no se acuerda de lo ocurrido dado que alguna otra cosa ocupa las primeras paginas de los periódicos.



Durante los últimos diez años, siempre la misma historia. Cada ocho de septiembre vuelve a revivir, una y otra vez, una y otra vez, aquel preciso instante de su vida. Las mismas preguntas le pasan incansablemente por la cabeza, ¿podría haber hecho alguna otra cosa para evitarlo? ¿fue necesario que todo acabase así?

Sentado frente a la mesa del salón, con un vaso de cristal vacio en el que repiqueteaban unas piedras de hielo, miraba embobado el televisor. En este, los únicos que le hacían compañía, unos musculitos intentaban vender todo tipo de máquinas, ungüentos y pastillas que devoran grasas y fabrican abdominales sin nada de ejercicio. Eran las cuatro de la madrugada y aun se mantenía en pie. No entendía cómo era posible que con el estomago lleno, únicamente de whisky, aún no se hubiese caído sin sentido sobre la tabla de la mesa. Seguramente era su propia conciencia la que no le permitía caerse dormido o inconsciente y así dejar de oírla. Esa era su eterna agonía de cada mismo día del año, no poder descansar y tener que soportar el volver a revivir lo mismo escuchando las palabras que el mismo se profería, resonando como un cruel eco dentro de su cabeza.

El humo de un nuevo cigarro le llenaba los pulmones y viciaba un poco más la atmosfera. Cada calada era una sensación embriagadora que le sumía un poco más en esa locura de recuerdos que no consigue borrar de su mente. Cada calada provocaba enormes volutas grises entre los que veía esos ojos.



Unos ojos verdes, jóvenes, con las pupilas dilatadas y la esclerótica llena de diminutas venillas rojas, amenazantes.

-¡¡Niñato de mierda!! –Aquel chaval gritaba como si estuviese poseído. –¿Me has llamado niñato de mierda?

-Yo… yo… yo no…  -El anciano no acertaba a juntar unas pocas palabras para formar una oración. –Yo… lo…

La herida de su brazo por suerte no era muy profunda, quizá eran peores las que tenían esos tres pobres que salieron en su ayuda.

-¡Viejo hijo de puta! Solo te pedí unos pocos duros y tú vas, ¿¡y me insultas!?

La escena era dantesca, una marabunta de personas se arremolinaban alrededor de ellos y lo observaban todo sin los suficientes regaños para hacer algo. Claro que, si tenemos en cuenta que los únicos tres que tuvieron el valor suficiente para hacer algo, se encontraban tirados en el suelo, vivos, pero con una herida que sangraba en abundancia, era comprensible que nadie osara mediar.

La sirena del coche de la Guardia Civil sonaba cada vez más cerca. Las fachadas de los edificios cercanos se teñían de la luz azul de los rotativos.

Según les habían dicho por las transmisiones, se trataba de un hombre joven que había consumido cocaína. Había herido a varias personas con un arma blanca y amenazaba con herir a quien se acercase.

-Te voy a matar puto viejo. A mí no me insulta ni mi madre. Te voy a rajar de arriba abajo.

El corro de gente se abría para dejarles paso a dos Guardias que acababan de bajar del coche oficial. Mario iba acompañado por un novato asustado que no sabía ni que hacer. Al menos era grandote, eso quizá asustaría a ese niñato.

-¡A ver chaval! Tira la navaja. –Mario trataba, sin que pareciese como una amenaza, de que su voz sonara firme por encima de la de los demás. -¡No hagas ninguna tontería!

Fue acercándose a este mientras le hablaba. Pero cuando se encontraba lo suficientemente cerca se vio obligado a dar un paso atrás para evitar que la navaja le abriera una herida en el pecho, sin embargo su camisa no tuvo la misma suerte. Sacó su pistola y le apuntó, su compañero tardó un poco más en reaccionar pero también sacó la suya.

-¡¡Picoleto, cabrón!! Tú no te metas o te rajo a ti también. –Le señalaba con la navaja manchada de sangre. –Largaos o me cargo al viejales.

-Venga chaval… ¿Cómo te llamas? Deja la navaja, no empeores las cosas.

Mario trataba de acercarse a él y de tranquilizarle. Bajó el arma e hizo amago de ir a guardarla. Su compañero mientras tanto negaba con la cabeza y permanecía como petrificado.

-¡¡¡No te acerques guindilla!!! –Le puso la navaja al anciano en el cuello. –No te acerques o me lo cargo. ¿Me has oído?

-Vale, vale está bien. De acuerdo, de acuerdo. -Dio unos pasos atrás. –Pero suéltale. –Aquellos ojos verdes, jóvenes, completamente dilatados, le miraban amenazantes y se le quedaron marcados en el cerebro. -¡Venga déjale! Por favor.

De un empujón apartó al pobre viejo y este cayó al suelo.

-Tú, estás muerto.

Aquel crio, con los ojos encendidos de ira, se abalanzó sobre el hombre derribado, blandiendo su navaja con el único objeto de atravesarle el corazón. Trató de protegerse con la defensa, pero antes de lograr golpearle con ella se había llevado un corte en el brazo haciendo que esta cayese al suelo. Este se reía como si estuviese endemoniado, había logrado herir al Guardia, pero no le bastaba, estaba seguro que a la siguiente lograría esparcir sus vísceras por la plaza del pueblo. Se giró para ver si algún otro se atrevía a intentar reducirle, por lo que al ver que todos los presentes se habían quedado como estatuas de sal, miró al anciano y le hizo un gesto de que le cortaría el cuello cuando acabase con el guardia herido. Se volvió de nuevo hacia Mario volvió a abalanzarse contra él. El disparo resonó en la plaza del pueblo. Los gritos de pavor y el murmullo de la gente se acallaron. Todos miraban a Mario, un Guardia Civil que sostenía una pistola con el cañón humeante con su mano izquierda mientras su brazo derecho seguía sangrando. A sus pies un crio tirado en el suelo.

-¡¡¡Hijo de puta!!! Me has disparado. –Se sujetaba la pierna por el muslo. La herida desprendía hedor a carne quemada y teñía de rojo sus pantalones vaqueros. –Me voy a cargar al carcamal, pero primero te voy a rajar a ti.

De un salto se puso en pie, recogió la navaja del suelo y se encaró al Guardia.

-Estás muerto, los dos estáis muertos.

-Suelta la navaja y tírate al suelo. –Le ordenó.

-¡Vete a la mierda! –Dio un paso hacia Mario, cojeando.

-No te acerques o disparo.

-Te voy a rajar picoleto. –Dio otro paso sin dejar de reírse como un desquiciado.

-Ni un solo paso más, tírate al suelo o disparo. -Dio otro paso, y otro más, acercándose lentamente hacia Mario, creyéndose más fuerte y pensando que él, con una navaja, podría acabar con dos hombres que portan pistolas. –¡¡Al suelo o disparo!!

-¡¡Cierra la puta boca!! –Se lanzó sobre él con la navaja amenazando con atravesarle de lado a lado.

Tenía los ojos fuera de sus órbitas, se encontraba completamente fuera de sí y las venas del cuello y las sienes amenazando con estallarle. En ese preciso instante no sentía dolor, no sabía lo que era la piedad y lo único que pasaba por su cabeza era la palabra venganza.  Cayó muerto, de espaldas contra el suelo, con un disparo en el pecho que sangraba profusamente.  Acababa de salvar su propia vida, y quizá la de ese pobre hombre. A cambio había matado a alguien, pero… Se acercó al cuerpo y volvió a notar ese hedor a carne chamuscada. Buscó su documentación.

-Francisco Heredia Álvarez, nacido el 5 de marzo de 1981.

¡¡Joder!! Acababa de matar a un niño. Solo era un crio de 17 años y acababa de matarlo. Las manos comenzaron a temblarle y no pudo sostener la cartera del chaval la cual cayó al suelo. Él acabó sentado sobre la acera, pálido, desencajado. Aparta el pelo rubio de su cara y deja a la vista esos ojos verdes que le miran ya sin vida. Las sirenas de otros coches patrullas comenzaron a resonar en aquella plaza. Una lágrima comenzó a bajarle por el rostro.

El repiqueteo de las lágrimas golpeando la madera de la mesa le saca de sus recuerdos. Mira a su alrededor y se da cuenta de que aún se encuentra en el salón en penumbras de su casa. Rocco, un enorme bulldog ingles de color blanco con algunas manchas negras, viejo como el mismísimo mundo, había salido de la habitación y se marchó al salón en busca de su amo. Este le mira con sus ancianos ojos como si le entendiese y ladra una sola vez al aire tratando de arrancarle una sonrisa. Rocco se acerca y se pone a dos patas en busca de una caricia y alguna palabra amable.

-Hoy no Rocco. Hoy no.

Estira la mano para coger la botella y llenar el vaso, entonces mira un instante aquella cicatriz y luego fija su mirada en ese pequeño objeto reluciente. Frente a sus ojos aquella medalla. Una condecoración otorgada por salvar su propia vida y la de un anciano al que no debían de quedarle más de cinco años de vida. Una medalla por acabar con un crio de 17 años. Una condecoración que le arde de ira en el pecho cada vez que viste su uniforme de gala. Una medalla que le arranca la vida como aquella bala se la arrancó a ese chaval. Fue una época difícil, llena de pesadillas y noches en vela. Constantes visitas al psicólogos y psiquiatras, toneladas de antidepresivos y valerianas. Una época en la que además, tuvo que ser objeto de una investigación para determinar si había actuado correctamente. Francisco Heredia resultó ser un chico que había consumido cocaína, el mono comenzaba a aparecer y necesitaba unas pesetillas para comprar, por lo menos, otro medio gramo. El día de Asturias es un día de fiesta en la que los jóvenes beben y salen a celebrarlo. Pero todos con poco dinero, lo justo para la entrada a la discoteca y quizá uno o dos cubatas. Francisco había conseguido a punta de navaja quitarles 2000 pesetas a unos pocos críos. Pero no era suficiente, así que salió fuera del bar a pedir un poco de dinero a los transeúntes. Ninguno le dio nada, eso le cabreó muchísimo, los reproches de un anciano que paseaba con su mujer, y el que le llamara “niñato de mierda”, fue la gota que colmó el vaso. Las declaraciones de los testigos fueron determinantes para declararle libre de toda culpa y concederle aquella maldita medalla. Todos los que estaban allí le elevaron al estatus de héroe. Todos declararon a su favor, su compañero, los testigos, sus superiores, la prensa y los juzgados. Los periodistas le esperaban a las puertas de su casa, recibía ofertas de la televisión y las revistas para que contase su historia. Seguramente ese estatus heroico que la sociedad le había otorgado fue lo que le libró de que la justicia y la Guardia Civil acabasen dictaminando que podría haber hecho las cosas de otra manera y que la muerte se podía haber evitado. Habría perdido su trabajo, quién sabe si habría ingresado en prisión, pero al final todo acabó “bien”, aplausos, besos, medalla y un chico menor de edad bajo tierra. Todos le miraban con admiración, él sin embargo, cuando se miraba en un espejo, solo veía en su reflejo a un asesino.

¡Sí! De acuerdo, son gajes del oficio. Realmente había actuado como debía. Mario lo entendía, la muerte del chico era el mal menor. Si no hubiese disparado, quizá no hubiese habido un solo muerto. Quizá dos, o solo Dios sabe si alguno más. Quizá, si aquel chico llega a conseguir matarle, la sangre hubiese llegado al cerebro de su compañero y habría disparado para abatirle. O quizás si el fila de aquella navaja se hubiese clavado en su pecho, Francisco abría salido de ese estado de excitación, se hubiese dado cuenta de lo que había hecho. O quizás…

Pero daba igual, era él el que había matado a un niño de 17 años. Era él, Mario Seoane, un Guardia Civil, con 29 años por aquel entonces, que creyendo estar preparado para cuando ocurriera algo así, llevaba diez largos años siendo reconcomido por sus remordimientos.



Era tarde, estaba completamente borracho y con el alma hecha jirones. Su mujer quizá aún no se había dormido. Ella sabía que cada ocho de septiembre ocurría lo mismo. Después de varios años, Alexandra había llegado a la conclusión de que ese día era mejor no meterse en los asuntos de su marido. Cuando había intentado ayudarle solo había logrado empeorar el caótico estado en el que se hallaba aquellos precisos días. Ella le amaba como el primer día, cada ocho de septiembre Mario moría un poco, ella al ver así a su marido, también. Dio un último trago a la botella, apurando lo poco que quedaba, y decide irse a dormir.

-Vamos Rocco, a la cama.

El perro le obedeció y se dirigió a su habitación entre resuellos cansados. Fue a la habitación de su hijo. Un precioso niño de seis años con los ojos verdes y pelo rubio. Se acercó a su cama y tras besarle en la frente se despidió de él.

-Que tengas dulces sueños Francisco.

Tras esto va a su cuarto, efectivamente, Alexandra le esperaba despierta. El perro, sin embargo, roncaba y respiraba con dificultad sobre su pequeño lecho a los pies del de sus amos. Al sentarse en la cama besa a su mujer en los labios. Esta le seca las lagrimas con la manga del pijama le acaricia la marca que le dejó el filo de la navaja en el antebrazo y le abraza como si temiese que la muerte de aquel chaval fuese a llevarse el día menos pensado también a su marido.

-Gracias por entenderme.

Le mira a los ojos, tratando de ver a través de ellos que es lo que le pasa por la cabeza, pero como cada año, no ve nada. Se gira para irse a dormir pero antes vuelve a besarle y le dice:

-Que duermas bien mi amor.



Durante los últimos diez años, siempre la misma historia. Cada ocho de septiembre, nada mas despertarse, después de darse una ducha, se viste el mismo traje de todos los años. El traje que vistió el día del entierro, unas ropas negras que tiñen de negro sus recuerdos. Unos recuerdos en los que se repiten las mismas escenas una y otra vez, el momento del disparo, viendo como este cae al suelo, los llantos de todos los que asistieron al óbito y ese preciso instante en que la lapida cierra aquel agujero excavado en la tierra donde aquel cuerpo sin vida descansará eternamente hasta que sus seres queridos se reúnan con él. Después de comprar un ramo de flores se dirige al cementerio.

Una vez allí, sin mirar por dónde camina, se va acercando a esa lápida de mármol blanco. Una lápida cuyo sonido seco al cerrarse se repite una y otra vez al mismo tiempo que sus pasos. Francisco Heredia Álvarez 1981-1998 reza con letras áureas. Frente a esta, Sixto Heredia y María Álvarez, de rodillas, vestidos enteramente de negro, con abundantes lágrimas cayéndoles por las mejillas, rezaban por el eterno descanso de su hijo.

De pie les mira, nota ese nudo en la garganta por primera vez ese día. Tras colocar el ramo sobre las letras de oro, se pone de rodillas ante ellos. Primero besa a Sixto en la mejilla, nota sus lágrimas en los labios, saladas y dolorosas. Después besó a María y la abrazó durante una eternidad. Los dos lloran sin consuelo y sin hacer nada para reprimir el llanto.

Durante los últimos diez años, siempre las mismas palabras. Cada ocho de septiembre, fundidos en un abrazo, las mismas palabras.

-Lo siento.

-Hijo, has de aprender a perdonarte. Yo ya lo he hecho.

En el mundo real los supervillanos no visten disfraces macabros que atemoricen con solo verles, ni tienen una maldad superlativa ni tienen superpoderes. En el mundo real los supervillanos son personas como tu y como yo, personas que quizás alguna vez soñaron con montañas de dinero y con un poder social que les haga intocables, pero que al final, cuando esta les llegan descubren que no es todo tan maravilloso como en los comics o las películas. Son personas que no disponen de un alter ego que les permita pasar desapercibidos por el mundo, que tienen que pagar hipotecas como los demás, que no poseen guaridas supersecretas y que enferman y tienen los mismos problemas y las mismas debilidades que los demás.

Esta es la historia de uno de esos villanos, uno cuyo anonimato no le viene por una doble identidad secreta, sino por que la sociedad al mes siguiente ya no se acuerda de lo ocurrido dado que alguna otra cosa ocupa las primeras páginas de los periódicos.

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Quisiera, con mis palabras, ametrallar las conciencias adormecidas. Quisiera, con mis palabras, despertar esa imaginación narcotizada por la era de la tecnología.
Televisores, ordenadores, tablets y smartphones están convirtiendo los libros en meros objetos decorativos a los que tener que limpiar el polvo en los estantes de los muebles del salón.
La empresa editorial se está convirtiendo en un negocio populista en los que convertir en Best Sellers esas obras comerciales destinadas a acabar siendo historias que contar en las salas de cine.
Pero existe una esperanza, la esperanza de la magia latente entre esas páginas esperando ser leídas. Viajes increíbles, vidas de ensueño, personajes eternos e historias inmortales, cultura, educación, imaginación, aventura, amor, odio... La escritura es el descubrimiento más grande del ser humano, un regalo de los hombres para los hombres. Quien sabe, quizá si Julio Verne no lo hubiese imaginado antes, la mitad de los milagros obrados por el ser humano no existirían.
Por favor, salvemos la literatura. Lee, aparta el móvil, apaga el televisor y el operador, abre una novela, un ensayo o un libro de poesía y abandónate al mayor placer que podrás encontrar. Regala un libro, enseña a los más pequeños a disfrutar de un cuento y haz que su mente no tenga límites, no le encierres en una cárcel de pantallas e imágenes que se lo dan todo hecho y ayudan a la oxidación de los engranajes de sus cerebros.
A fin de cuentas, leer es algo más que un hobby, es cultura, una fábrica de personas más sabias y mentalmente más sanas.
Y, además, si en un cumpleaños, aniversario o cualquier fecha señalada no sabes que regalar, piensa que un libro siempre será una muy buena opción.